Farewell 2015

14:27

Empiezo a asimilar que 2015 se ha ido, que ya forma parte del pasado. En realidad, si lo vemos desde un punto de vista más científico, simplemente es un día más en el que la Tierra ha terminado de dar una vuelta completa alrededor  del Sol, ¡nada más! Pero me gusta pensar que es algo más que eso. Me gusta recordar y echar la mirada hacia atrás y ver todo lo que ha terminado. O mejor, todo aquello que simplemente está a punto de comenzar. Rara vez comparto ni escribo una especie de review del año anterior. Así que siento si me pongo sentimental o tengo la necesidad de compartirlo con vosotros, simplemente ¡no puedo evitarlo!



2015 ha sido un año especialmente difícil para mí y seguramente por ello el más importante. En este año aprendí lo necesario que es valorarse a sí mismo y que si tienes que aprender algo, que sea a creer en ti mismo. Recuerdo que despedí el 2014 con la mejor compañía, mi mejor amigo y su familia, recuerdo las campanadas, la emoción, la ilusión y sobretodo mi entrañable sensación de estar en casa. Para mí ese fue el primer paso para empezar bien y olvidar 365 días repletos de despedidas, mentiras, esperanza y decepción. Puede que suene muy drástico, pero el único día que recuerdo con claridad y emoción es cuando decidimos hacer barranquismo en Cáceres.




Los momentos más maravillosos de 2015 son fáciles de recordar. El año empezaba bien ya sólo con la ilusión de haber sido seleccionada para realizar un viaje de quince días en Serbia. Quien lo diría, al principio la idea de viajar a un país que prácticamente no conocía me aterraba. Lo bueno es que lo hice en la mejor compañía y se convirtió en todo un reto para nosotros. Recuerdo que a veces me tumbaba en la cama, agotada de tanto caminar, investigar, tratar de entenderme con la gente... Y pensaba en cómo lo llevarían otros compañeros que habían recibido otro destino. Luego me daba cuenta de que lo que yo estaba haciendo era prácticamente una locura. Me había ido a un País que apenas hablaban inglés y lo mejor de todo es que ni siquiera usaban el mismo alfabeto. Así que mi pozo en un gozo, y tan feliz. Porque me gustaba el hospital donde realizábamos las prácticas, me gustaba la gente, la comida, las noches de Jazz en lugares que parecían clandestinos, las copas, correr de noche bordeando el Sava y ver como se unía con el Danubio. La cultura... Esos maravillosos edificios destruidos por la guerra. La pobreza y humildad de los demás. Todo. Me gustaba mi casero y las veces que nos invitaba a tomar un café. Me gustaba la ópera, el ballet y me gustaba la amiga que hice ahí... Me gustaba prácticamente todo.



En Madrid me enamoré, pero no de la manera en que estaréis pensando. Conocí a alguien que me enseñó y me hizo crecer cómo persona. Me enseño las maravillas del arte y la imaginación. Hablaba de sutileza, del arte como si fuera algo transparente, algo que cualquiera podría atravesar. Se emocionaba como los niños, incapaz de mantener sus ojos quietos en un solo lugar. Lo veía todo y a la vez no veía nada, era como el ciego que una vez puedo ver. Y corría, de un lado a otro, a veces incluso saltaba, levantaba la voz, gritaba, alardeaba, soñaba... Me estresaba. Me hacía reír. Quería ser el mejor, quería ser recordado. Era inteligente como el diablo, demasiado rebuscado, demasiado encantador. Me basaba en su positivismo, la constante sonrisa pintada en su cara, la insaciable ilusión de crear, enseñar y sentir. Saber que no pertenecía a este mundo pero podía compartirlo cuando quería, con quien quería. Pero lo más fascinante de todo, era su pasión. Las ganas de vivir. Su forma de pensar que traspasaba limites incalculables. Hablaba del espacio, de poesía, hablaba en serio pero el noventa y cinco por ciento era de risa.



Me tatué, como no, con la persona en quien más confío para hacer uno de los tatuajes más significativos de mi vida, aquel que dictaría mi camino.



En Londres viví. Tenía los sentidos disparados, una constante sonrisa en la cara y los pelos de punta. Y tuve la oportunidad de compartirlo con una de las personas más importantes de mi vida. Los viajes en metro, las vistas desde la planta de arriba del autobús. Nuestra habitación, esa jodida habitación que resultó estar en uno de los barrios más elegantes de Camden Town. Largos paseos en la noche junto al Big Beng y soñando un futuro cerca de él. Horas en el césped con el miedo de ser atacados por una ardilla, o lo que es peor... ¡Un pelicano! Disfruté de los cafés, los museos, disfruté de su compañía. Nos sentimos ricos en Canary Wharf, la gente nos hechizó. Sinceramente, pensé haber salido de un cuento. Con los maravillosos atardeceres que nos regalaron, la fina lluvia que atravesaba mi ropa... Conciertos, cine, gofres, helados... Su sonrisa, la mía y mil ilusiones para todo el verano. Mi cumpleaños, con las mejores vistas de la ciudad, un zorro que cruzó la carretera y la sincera idea de llamar a ese lugar Hogar. ¡Y cervezas! Muchas cervezas.



Luego llegó la tristeza. Una nube de recuerdos llamó a mi puerta y parecía que mi vida se había nublado. No quería verano, ni piscinas, ni compañía. Me sentía inútil en todos los campos de mi vida. Hasta que decidí jugarme la vida y viajar, disfrutar. Javea fue el destino y para mi sorpresa fue un viaje que hice con un amigo y tres desconocidos. Lo bonito es que se convirtieran en verdaderos amigos. Lo recuerdo todos, los viajes en coche infernales apretados unos contra otros con cacerolas entre los pies, mantas y cualquier cosa que no entrara en el maletero. Pasábamos las noches con la única luz de un farolillo y el camping gas. Con esterillas y sacos en el suelo de un mirador, frente a una urbanización de alemanes. Pero os juro que no cambiaría para nada las vistas, los atardeceres, los amaneceres. Me gustaba despertar la primera y bajar trescientos escalones hasta la cala para darme un baño en el mar, sin nada que llevar puesto. Estaba tan oscuro, pero tan tranquilo... Y lo más importante, libre de medusas. Nos hicimos los héroes una noche y fue todo una aventura. La adrenalina y la gratitud de quien ayudamos. Me gustó como lo celebramos, en la playa bañándonos desnudos, haciendo slackline de palmera a palmera y que no faltara un buen espectáculo de cariocas. Os juro que en mi vida me había sentido tan libre. Había vuelto a ser yo. Pero volví a Madrid con un móvil roto y la esperanza de empezar de cero.



Y empecé de cero. Sonriendo, decidida a darme una oportunidad de ser feliz. Lo recuerdo muy bien porque fue cuando conocí su sonrisa. Si, esa que ahora mismo me acompaña todos los días. Se presentó muy elegante, tan alto como era él y jodidamente guapo. Lo siento por el lenguaje pero es que cuando le vi, no me lo podía creer. Me acuerdo de los nervios, sus nervios a la hora de hablar, de cómo nos timaron en el bar. De que llegó tarde, muy tarde. Y aún así no parecía tener importancia. Me habló de él, sus aventuras, sus amigos y todo parecía tan cercano. Pero las horas se me pasaron tan rápido... Qué cuando llegamos a la parada del autobús, no quería marcharme. Le veía esperando a que arrancase, dispuesto a despedirse a lo lejos. Lo mejor es que me vi acercándome al conductor, suplicándole dos minutos de más para salir corriendo a robarle un beso. Y acerté, lo aposté todo. Fijaros si gané que ahora mismo no recuerdo un día sin él. Porque hasta ahora nadie ha cuidado tanto de mí como el, nadie me ha echo sentir tan feliz y jamás pensé que a alguien llegara a importarle tanto. Hasta ahora está es mi historia, nuestra historia que tuvo un comienzo en 2015 y veo mucho futuro en este 2016. 



Y por supuesto con él llegó la alegría de mis días, a cuatro patas, peluda y fuerte como un titán, creciendo en cada pestañear. Conocerla fue el momento más emocionante de mi vida, hasta tal punto que quise llorar. Desde entonces quise abrazarla en cada rato aunque ahora que lo pienso... Creo que a este paso la que más me puede abrazar es ella. Nunca imaginé que un animal ajeno a mi tendría tanto significado en mi vida. Pero aquí estamos, inseparables desde el primer día.



Aunque 2015 para mí fue un gran paso. Cumplí el sueño de compartir con los demás mis aficiones, mi vida y así surgió este blog. No sé cuánta gente me lee, si tengo fans, si de verdad a los demás les gusta. Pero es mi pequeño proyecto personal y me llena de satisfacción poder compartir mi ilusión. 



Gracias a mis amigos, en especial a Karen, fan numero uno de este blog, que me ha apoyado en todos mis pasos y a pesar de la distancia siempre está ahí. A Adrián, mi mejor amigo, por compartir los momentos más importantes de mi vida a mi lado, ser mi apoyo, quererme incondicionalmente y haberme rescatado de mis más temibles fantasmas. Klaudia. Mi mejor amiga, por haber sumado un año más a nuestra historia y vivir todos nuestros días juntas. A Gorka y Amalia, por apoyarme y siempre guiarme con el corazón en todos mis actos. María, que a pesar de ser tan diferentes es como la hermana que nunca tuve y a mis compañeras de clase. Y especialmente a Miguel, por su apoyo incondicional en todo lo que me proponga, quererme, aguantarme incluso cuando me duermo en las esquinas de su casa y ser mi conejillo de indias en todos mis inventos reposteros. Por enseñarme un mundo que desconocía y darme la oportunidad de compartirlo junto a él.



Gracias por hacer este un año maravilloso y el inicio de uno mejor.

Y a todos vosotros que me leéis, que no os pongo cara pero dibujáis una sonrisa con cada una de vuestras visitas y likes.


Gracias de todo corazón.

Feliz 2016

xXx

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